POR MUCHO MENOS DE LA RÚA DEJÓ TEMPRANO SU GOBIERNO

En un sistema presidencialista la investidura del primer mandatario es fundamental. El presidente es, a un tiempo, jefe de Estado y jefe de gobierno, lo que equivale a concentrar un gran poder en sus manos pero, también, a adolecer de un grave problema: ante una crisis de envergadura, no hay otro fusible más que él mismo. La historia de la Argentina contemporánea es pródiga en ejemplos sobre este peligro.

Existe un consenso sobre que la investidura presidencial es una institución que debe preservarse del barro de la política, más allá de que el presidente de turno se involucre activamente en temas agonales. Hasta los opositores más furibundos acuerdan con que debe respetársela, simplemente porque de ella depende buena parte de la estabilidad del sistema republicano.

Este respeto no se le exige únicamente a la oposición, sino también al propio presidente. En teoría, este no debería debilitar la institución que encabeza con actos impropios, colaboradores imprudentes o un ejercicio del poder arbitrario o insuficiente. En palabras vintage: el presidente debería honrar (o, cuando menos, parecer que honra) a la dignidad inherente a su cargo.

Debe decirse que no es una empresa fácil. Requiere de equilibrios, sosiego, buena cuota de sangre fría y claras dotes de esgrimista; sintéticamente, de templanza. Todos los presidentes, aun los más extrovertidos o los más transgresores, supieron de estas exigencias. Pero con Alberto Fernández se hace difícil aceptar que efectivamente entiende el rol institucional que debe jugar en el lugar que ocupa.

 El presidente de los argentinos Alberto Fernández ha perdido credibilidad, valor de su palabra y devaluación de su propia investidura presidencial. Él mismo es el creador y protagonista de errores no forzados que lo ponen en ridículo y muchas veces en situaciones que producen horror, o pena.

Sus ministros lo han desautorizado desmentido en más de una ocasión. El entonces canciller Felipe Solá filtró en ocasión de su visita al presidente de EEUU Biden dichos falaces atribuyéndoselos a Fernández. Ginés González en época de vacunación de Covid varias veces lo contradijo respecto a las fechas  y cantidad de vacunas a recibir. Después el Vacunatorio Vip completó el affaire.

¿Por qué Fernández nunca echa a sus ministros? Simplemente, porque sus reemplazantes podrían ser puestos por el kirchnerismo más duro. Mejor malos conocidos.

La nueva fórmula de cálculo de las jubilaciones es otro ejemplo de la devaluación que está sufriendo el titular del Poder Ejecutivo. El gobierno confiaba buena parte de sus esperanzas de reducir el déficit fiscal con una nueva ley para la clase pasiva. Invirtió mucho tiempo en diseñarla. Tuvo que soportar críticas -suficientemente fundadas- de que estaba haciendo un duro ajuste sobre un sector de la población muy vulnerable. Y, a pesar de todo, siguió adelante. Hasta que el proyecto llegó al Senado. Allí, Cristina Kirchner la hizo reformar, haciéndolo mucho más liviana para la clase pasiva y asestando un duro golpe a los planes oficiales. Fernández no conocía la movida de su vicepresidenta pero, no obstante, tuvo que acatarla.

La fiesta de Fabiola en Olivos, el día de su cumpleaños, violando los propios decretos de la cuarentena, más el desbordado velatorio de Maradona, le sumaron desvergüenza al Gobierno.

Para ser justos, todo el mundo preveía que existiría un doble comando al momento de asumir Fernández, pero lo que sucede a lo largo de estos tres años y medio excede holgadamente aquellas previsiones. Cristina no cogobierna -si lo hiciera asumiría parte de la responsabilidad de lo que sucede y dejó muy claro que esto no es así a través de una extensa publicación en Facebook- sino que veta las decisiones presidenciales. Peor que la sensación de doble comando es la certeza de que quien debe gobernar no puede hacerlo porque se lo impide su mentora.

Fernández está devaluado y, con él, su investidura. Tiene “funcionarios que no funcionan” (en esto hay que darle crédito a la ex presidenta), se mete en epopeyas maradonianas que sólo lo ponen en ridículo y, lo que es peor, ya nadie duda que el poder en Argentina está en la presidencia del Senado y no en la Casa Rosada. Se puede continuar así por un buen tiempo, incluso hasta finalizar su mandato, pero no se puede esbozar nada que se asemeje a un plan coherente de gobierno, que es lo que necesita imperiosamente el país. Vuélvase al principio: en un sistema presidencialista, el fusible es uno solo. Y cuanto más se lo debilite, más posibilidades tendrá de romperse.

La Vicepresidente por personalidad propia demuele todo aquello que se propone. Y  una vez que el Presidente se convirtió en su enemigo lo condenó a la demolición. Discursos, cartas abiertas, actos con los  propios ministros del Gobierno practicando adulterio político y Él agachando la cabeza, hacen pasar al titular del Ejecutivo como inepto, pusilánime, irresoluto, engañado consciente, produciendo todo tipo de emociones y sensaciones en su contra. No exageraríamos se dijéramos que en varias ocasiones da imagen de “pobre tipo que despierta pena”.  

Lo del 25 de Mayo colmó las previsiones sobre negación, ocultamiento, desconocimiento y denigración del presidente. Le taparon la Casa de Gobierno con un palco gigante, él viajó sólo con su guitarra y le sacaron el estreno del avión que al final usaría un ministro por primera vez.

Sólo falta que le escondan la guitarra!